dc.review.review | El hombre que yo invente de Osvaldo Fasolo compila cuentos y poemas que constituyen una radiografía testimonial de la sociedad tucumana, de mediados del siglo XX.
En el decir de los narradores se exponen prácticas culturales y representaciones sociales marcadas por una doble marginalidad. Son marginales los personajes -protagonistas o testigos- de situaciones que se comunican en primera persona, a veces del singular y otras, del plural para marcarnos cuan fuertes son “las costumbres” y de “los mandatos sociales”. Amantes furtivos impulsados por el instinto se escabullen entre las sombras y copulan con luces apagadas, prácticas de brujería en cementerios populares de la ciudad, presencias del más allá que perturban a seres indefensos, mujeres que engañan a sus parejas o los condenan a la muerte para satisfacer a madres asfixiantes que no terminan de morir…. Complejas criaturas que viven de apariencias enmascarando realidades dolorosas. Podemos afirmar que una tesis determinista produce estas historias en las que, a la carencia económica le corresponde como una consecuencia natural, la degradación espiritual y moral. Por eso el lector se espanta o se conmueve al oír voces que exponen su degradación, sin advertirla. Al mismo tiempo, el lector adulto recrea vivencias infantiles, prácticas sociales que ha guardado en su memoria y puede revivir o – en el peor de los casos- descubrir vivas y enmascaradas bajo nuevos ropajes pero tan actuantes y vigorosas como las que evocan estas páginas de un texto que logra atraparlo. | |