dc.review.review | Inusual Insinuar es un libro anónimo: no hay nada que indique quién lo escribió y eso me alivia porque solo tengo que hablar del libro […]. Supongo que eso me sedujo, justo después que el título, que me impactó, justo después que la tapa, aunque probablemente esta escisión metodológica sea una idea mía y en realidad haya sospechado del libro su carácter de artefacto multimodal, de dispositivo brutal de una belleza sin más justificaciones que su fuerza de aguijón. La estética toda es como el corte transversal de un diamante púrpura e irregular, con cavidades de materia oscura, como mirar de cerca las aureolas boreales y advertir que te respira en la nuca una presencia fantasmal hecha con los insumos de la luz y su hálito inmenso. Entre dos pinturas renacentistas- Leda y el cisne (1585, Veronese) y Estudio de manos (1596, Dürer), se entraman diecinueve poemas donde la lengua se insinúa, y explora con el recelo de las aves los sitios donde posarse sin echar ninguna raíz. En ese sentido es que los poemas son cosquilleantes, se mueven por los costados, no pretenden nunca la centralidad de lo obvio. Como una galería de ecos, las artes se acarician y van dejando sobre la textura, huellas de su paso por el mundo. Con colores estridentes, en los márgenes paralelos, un juego entre los lenguajes verbales y plásticos, nos recuerda levemente que poner el foco en algo es desenfocar lo otro que no desaparece, sino que se deja sospechar, y así, en esos deslices, se teje el poemario. En una grafía que nos destella las significancias del color, como en una explosión de caminos por hacerse, en los retrovisores de los poemas, emerge: inmoral intimar/individual incendiar/inicial incitar/accidental innovar, en escenas lúdicas donde hay agua, pero no siempre ríos.
Aquí los versos se coquetean de formas invisibles, hacen la costura de un posible decir para mostrar su enrevés insinuable, su condición, también, de acontecer fluctuante, como la mirada misma, que se sabe voraz ante el hallazgo. Como no se puede decir sin sentir una pérdida, se dicen las pérdidas y esa es la tensión de la obra, su razón, quizás, más interesante: | |
dc.review.review | A través de un ventanal ha sido / mi rostro perplejo el lienzo /en que lentamente dibujara /el sol su propio declinar, /trazando a su vez sobre mis ojos y boca /el ciego silencio de la urbe, disueltos/ ya en mera sombra los edificios, /mientras la eléctrica /intermitencia de cada farola /desespera todavía intentando /no ser ahogada en penumbras. /Y es ya semejante la tibieza de mi piel/ a toda aquella luminiscencia /humana, oposición /ninguna frente a la brutalidad /con que mutan y fueran coloréandose/ lejanamente las nubes; /la rosada letanía ahora vuelta /el gris estertor de esta noche, / acaso de la luna/ un lamento póstumo. | |