Cornucopia
Autor
Camuña, Silvia
Editorial
Editorial
Ediciones Ente Cultural de Tucumán
Tematica
PoemarioFecha de Publicación
2021
RESEÑA
Tamara Mikus
Tamara Mikus
Reseña
El poemario nos convida una puerta inicial de lectura a partir de su título: la
cornucopia (del latín cornu, “cuerno” y copĭa, “abundancia”) es un cuerno mítico que
simboliza la prosperidad y la afluencia, perteneciente a la nodriza de Zeus, Amaltea,
en algunas versiones considerada cabra y, en otras, ninfa (según puede leerse en las
especificaciones del diccionario sobre mitología de Pierre Grimal); su figuración data
del siglo V a. C. y suele representarse rebosada de flores, frutos, monedas y toda
clase de bienes y riquezas, los cuales son recuperados en este texto y van a dar
nombre a las tres partes que componen la obra. Las temáticas tratadas se nuclean alrededor de tres bloques distinguibles en el
poemario. Primero está “Flores”, un recorrido con tono nostálgico por la luminosidad y
por el miedo en la niñez, como por el negativo del álbum familiar despertado por la
imagen sonora de los coyuyos; un gesto símil se da en Tumba do (Huesos de Jibia,
2017) con la recuperación de la figura del padre. En segundo lugar, está “Frutos”, que, como afirma Camuña en una reciente entrevista realizada por el Ente Cultural de Tucumán, “habla del desamor, de las ausencias, de la incompletud, pero también del
amor que salva, de ese que ha prendido como la planta de menta entre dos baldosas”
(2021). Por último, está “Monedas”, un claro guiño al mundo grecolatino, objetos
desautomatizados de su función capitalista y puestos sobre los ojos de otros sujetos
femeninos. Esta parte resulta un híbrido con la crónica actual, en un gesto elegíaco y
sororo de aquella mujer militante que presta su voz a otras, silenciadas -o mejor, decir
“abandonadas, enterradas, empujadas, asesinadas, golpeadas”- por la violencia del
discurso heteropatriarcal: “encontraron el cuerpo/ no a ellas en su cuerpo/ ellas ya no
estaban/ (el zapato en la duna/ el abrigo en el descampado)”. En esta línea política y
social de denuncia, la autora asevera en la entrevista ya referida: “creo que la poesía,
además de ser una forma de vivir, también es una militancia”. Tal imaginario de proliferación nos propone un espectro amplio de análisis. A
nivel de la difusión y de la circulación de la producción literaria local, responde a la
diversificación del campo actual por medio de políticas estatales, de ediciones de autor
y de grupos editoriales tanto institucionales como independientes. Específicamente,
este libro implicó la culminación de un proceso de selección y de publicación por parte
del Ente Cultural de Tucumán, bajo la Ley N˚ 7694 de creación del Fondo Editorial
Aconquija. Es decir, que forma parte de un proyecto de promoción y de visibilización
de los bienes culturales tanto de la provincia como de la región noroeste, con vistas a
futuras convocatorias que amplíen el universo de representación. A su vez, el “proyecto creador” presentado -entendido en términos de Bourdieuno sólo atiende a las demandas del campo intelectual del que forma parte, sino
también a las necesidades intrínsecas del autor con su obra. Cornucopia es el cuarto
poemario de la poeta tucumana y se suma a otros volúmenes individuales de alcance
provincial y nacional ya publicados. La escritora también incursionó en otros géneros
como la nouvelle, el microrrelato, el cuento, la dramaturgia y el guion cinematográfico. Con todo ello asistimos a la construcción de una obra autoral en constante
expansión. Así como no cesa la labor escrituraria de Camuña, con ritmo semejante,
las tendencias estéticas y temáticas de sus libros crecen de forma firme y gradual.
Centrándonos en su poesía, podemos reconocer una inclinación por un estilo críptico,
una lírica hecha de signos opacos que son, en su reiteración y en su insistencia, la
posibilidad de abrir paso al sentido. Como sostiene Alicia Genovese, en Leer poesía.
Lo leve, lo grave, lo opaco: “leer un poema, es, en principio, confrontarse con un objeto
opaco”; dicha opacidad, “resonancia sin claridad”, si bien hace a la instancia de lectura
de una pieza poética y a la resistencia que ofrece como objeto estético, en este caso,
está asociada a elecciones particulares. Haciendo un corte transversal en la obra o “piedra estriada”, desde Poemas de
la montaña (Ministerio de Educación de la Nación Argentina, 2011) hasta el volumen
individual que nos convoca, desfila una constelación significativa de espejos, manos,
padre, puertas, muerte, ojos ceñidos, vestidos, desnudez, entre otros signos
reflectantes en los que se multiplica el resto del imaginario poético de Camuña.
Constelación densificada por gestos de ensoñación y de alternancia. En cierto modo,
la oclusión del sentido responde a una actitud neobarrosa, utilizando la denominación
de Néstor Perlongher para la tradición rioplatense. La interpretación del acto de abundancia también atiende al trabajo estético. En
general, el neobarroco latinoamericano se define por las “figuras del exceso”,
constructo crítico devenido de las apreciaciones del escritor cubano Severo Sarduy,
donde intervienen “lo indecible, lo desmesurado, el oro, el despilfarro, los juegos de
espejos, lo monstruoso y lo gesticulante”, al decir de Denise León en “Tamara
Kamenszain o las paradojas del linaje de los talmudistas” (Telar, N˚ 7, 2007). Sin
encasillarnos en un estilo escriturario determinado, podemos apreciar estas inflexiones
en Cornucopia, sobre todo la tensión entre la desmesura de imágenes poéticas que se
ofrecen y el vacío que sobreviene ante tal exceso. En todo caso, advertimos pulsiones
que fluctúan en la forma estética puesto que configuran un espacio que se llena y se
vacía constantemente; a veces es un cuerno prolífico de bienes y riquezas, otras, una
superficie espejada en la cual el sujeto imaginario se despoja: “¿es por eso?/ le
pregunto/ y el espejo se paga/ en un último/ fotograma/ de sensatez”. Lo anterior describe los alternantes movimientos de ensoñación y de vacuidad
que atraviesan el poemario. Ilustremos el punto con el noveno poema. Por momentos,
la cornucopia contiene objetos, linajes, experiencias, recuerdos, sensaciones y
afectos, muchas veces azarosamente asociados con una clara influencia surrealista
(“por un puente/ me persiguen/ tres vikingos/ dos mandrágoras/ un carro con niños/ la
bulla del río/ los pies se adelantan/ a correr”). Por otros, lo que antes era pura
presencia se torna en fantasmagoría, no como artificio, sino como denotación de
aquello que en verdad está en ausencia (“los espejos/ no me dicen/ solo destella en
mí/ un interior/ de deseo sin pausa”). Bajo estas lógicas es posible comprender la
opacidad; el efecto del despilfarro torna barroso el sentido, cerrado para su hallazgo,
hasta que la permanente actitud de reflexión vacía de significantes para permitir la
aproximación. Lo ausente es la contracara de la proliferación. No son pulsiones nuevas en el
imaginario poético de Camuña; de hecho, en Poemas del maravilloso ritual (Huesos de
Jibia, 2018), la voz atraviesa un estadio de desnudez en un espacio homólogo: el erial,
terreno abandonado y en desuso para el cultivo. Recuperar lo perdido y hacerlo
presente sólo es posible bajo un particular tono, grave en su cavilación existencial y
consonante con la forma métrica de versos ceñidos (como la visión), pero leve al
restituir desde el vacío mismo: “¿y mis palabras?/ son pájaros de vientre de aire/ de
tanto tragar la ausencia”. Podemos alternar abundancia con ausencias en una constelación significativa
que tiene un principio y un cierre puestos en diálogo. El epígrafe con la cita de Paco
Urondo, en su gravedad de militancia social, desprende nuevos sentidos que resuenan
en los cruces entre la ajenidad y la mismidad: “alguien silbaba a lo lejos (…) y un día
supe que el que silbaba era yo”. ¿Es acaso la voz del otro lo que resta, o lo que la
memoria devuelve en la constitución identitaria del sujeto? La mujer oráculo del
“Epílogo” vaticina: “las puertas están marcadas/ con signos blancos/ del tamaño de
una mano:/ las marcas del adiós/ las puertas de todas las casas/ porque todos van a
marcharse/ alguna vez”. Entre los usos discursivos empleados, cabe destacar también el tópico de la
muerte, no sólo tematizado en el imaginario poético, sino resignificado además bajo la
lógica del vacío, necesaria para la fundación de la palabra. El sujeto de la enunciación
atraviesa instancias de crisis en su construcción identitaria: “estoy en un lugar/ donde
la puerta/ no se cierra desde adentro/ quiero escapar/ (siempre la empujan / sobre
mí)”. Sin embargo, consciente de su caja de resonancia, hace florecer su voz en el
abismo, madura al alimentarse de los frutos que allí cuelgan ya que la configuración de
una identidad colectiva implica habitar el umbral: “voy a hablar con mis muertos/ me
digo/ porque tal vez su condición de muertos/ tenga que ver con mi falta de charla”. Es
un yo (no vivo) que permite el paso de otros (no muertos), tanto en la palabra como en
el cuerpo, para prestar “la boca y la mano”, según Verónica Juliano -en su lectura de
Tumba do, en la revista virtual La Papa, octubre de 2019-, dimensiones indisociables
en la enunciación como reencarnación de la ajenidad en la mismidad presente. Como un prisma que guía el acto de creación, pero también como una lente útil
en el momento de recepción, somos convidados con la diáspora cornucopia-espejo
para mirar a través del poemario -a veces, abundante, otras, vaciado en la reflexión- y
percibir diferentes ópticas respecto de dicho objeto estético. El texto nos invita, como
movimiento poético, a perdernos en la proliferación, en la vastedad del imaginario
hasta sospechar la presencia del mismo, alternando así con la ausencia del signo en
la búsqueda simbólica de la significación. En la oscuridad, con dracmas sobre
nuestros ojos, somos convidados a entrecerrar la visión para así crecer en la luz.
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